sábado, 8 de agosto de 2009

El fin de lo mismo

Estoy harto de pensar que cada historia inevitablemente debe llevar un final.
De que el final sea como fuese sea la condición indispensable de la historia.
De que no puedes empezar otra historia sin haberle conseguido un final.
De que toda historia indefectiblemente persigue dos objetivos específicos: la memoria o el olvido… o bien; ambas cosas en diferido.
Las historias se repliegan, se amontonan, se desmiembran.
Se disgregan:
Pero el final siempre esta
¿Incluso antes del principio?
¿Perseguimos historias o simplemente finales?
Las historias sin finales, podríamos decir… no son historias.

El fin de lo mismo.
Todo lo que comienza acaba precipitándose.
La ley de gravedad parece inherente a todas las cosas.

Las direcciones del ocio.
Lo inacabado y lo sencillo.
Los finales abiertos.
Parecieran ser, propiedades que la muerte acarrea.

Desarmados hasta las manos dejamos que pase.
Como dejamos también que nos cierre el vuelco,
En breve.
No sin ello puedes vivir.

El verbo vida contra la carne apartando mis huesos.
Es una navaja que se afila sola.
Puede cortar lo suficiente.
Puedes sangrar sin haberle conseguido un fin.

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